Los ojos de Alfred Hitchcock (cinema d'antan) ~ di Miguel Losada - TeclaXXI
CINEMA D’ANTAN
Miguel Losada
Los ojos de Alfred
Hitchcock
Ahora
que se cumplen ciento veinticinco años del nacimiento de uno de los nombres
míticos de la historia del cine bien podría ser el momento para poner en valor
muchas de sus grandes aportaciones al séptimo arte despejando de una vez por
todas los numerosos lugares comunes que a veces parecen querer empequeñecer una
obra apasionada y apasionante que sigue estando en pleno vigor muchos años
después de haber sido realizada. Conocido como “el mago del suspense”, su
capacidad para atraer a las salas de cine a grandes masas de un público deseoso
de ser siempre sorprendido hacía que cada vez se le exigieran nuevas cosas al
tiempo que se le ninguneaba su condición como gran creador de imágenes
cinematográficas. Más considerado como un perfecto artesano que como un gran
artista de la pantalla llegó a estar nominado cinco veces al Oscar al mejor
director de la Academia de Hollywood sin que le dieran ninguno. Tan solo le
dieron un premio honorífico que el director inglés aceptó con cierta
displicencia quizás por pensar que llegaba demasiado tarde. Tampoco la crítica
especializada supo ver en profundidad los grandes hallazgos que Hitchcock
aportaba al nuevo arte. Tendría que ser la crítica francesa la que lo colocará
entre los grandes realizadores de la
historia, especialmente después del célebre libro-entrevista de François Truffaut.
Su
manera de controlar la acción y conducir la intriga con un desarrollo
vertiginoso manteniendo el ánimo en vilo de los espectadores hasta un final
siempre espectacular, sin importarle nada ni la moral ni el mensaje del film, era
el motor que llevaba a aquel modo especial de tratar las cosas al tiempo que
suponía una constante reflexión sobre los medios inherentes a su arte. Pero la
percepción sobre este director acabó por ir cambiando poco a poco y ya en los
años setenta los cerca de mil críticos de todo el mundo que confeccionaban
anualmente la lista de los títulos más importantes de la historia del cine terminaron
por colocar una película del director inglés en el primer puesto del ranking
mundial por encima de las que hasta aquel momento habían sido las habituales: Ciudadano Kane, El acorazado Potemkin o
Ladrón de bicicletas. Vértigo de Alfred Hitchcock iba a ser considerada
entonces la película más importante de todos los tiempos. Vértigo que algunos años antes había participado en el Festival de
Cine de San Sebastián sin obtener distinción alguna pasando casi desapercibida.
Hoy,
en todas las escuelas de cinematografía se estudian las películas del “mago del
suspense” como una muestra de sus grandes aportaciones al lenguaje de las
imágenes. Porque lo que hace este director no es otra cosa que contar con
imágenes lo que un escritor hace con palabras. De ahí su preferencia por lo
visual sobre cualquier tipo de diálogo, siempre primando la acción y el
suspense. La acción debe siempre ir hacia adelante como un tren a toda marcha. Su
gusto por jugar con el espectador, por invitarle a entrar en diferentes sitios,
por sumergirle en lugares especiales marcando cada temporada del año, un tiempo
preciso. Hitchcock considera las películas como lugares que se pueden visitar. Siempre
con un intento de sorprender, siempre escapando de lo predecible. Para
conseguirlo la clave reside en la manera de mover la cámara. “La cámara son mis
ojos” decía. “Mi cámara tiene deseos, busca cosas con las imágenes”. Quizás por
eso solía obligar a sus protagonistas a mirar fijamente a la cámara haciendo
así participar al público directamente de los dramas que se estaban narrando.
Cuando
Janet Leigh durante el rodaje de Psicosis
le hizo algún comentario sobre posibles aportaciones a la manera de interpretar
su papel Hitchcock le respondió: “la cámara es el amo absoluto. Yo cuento mi
historia a través de su lente, y por lo tanto necesito que usted se mueva
cuando ella se mueve… no tengo intención de cambiar un solo movimiento de
cámara”. La cámara tenía su propia
lógica por eso no le importaba escapar de la lógica tradicional con tal de
encontrar la manera más idónea de mostrar algo interesante. En Falso culpable es la cámara la que se
mueve alrededor de Henry Fonda para dar la impresión de que este se está
mareando. En el famoso beso de Encadenados
entre Cary Grant e Ingrid Bergman, un beso que duraba tres minutos en la
pantalla, algo totalmente insólito para la época, al director se le ocurrió que
mientras se están besando en los labios, en el cuello, en las orejas, se vayan
susurrando como cocinar un pollo para la cena. Era una manera de burlar la
rígida censura pero también mucho más, se trataba de ofrecer al público la
oportunidad de participar, de abrazar a los actores a la vez en una especie de
“menage à trois”, como si los protagonistas tuvieran que seguir besándose y besándose
y nosotros pudiéramos formar parte de ese beso. Por eso filma sus cabezas que
es lo que verdaderamente importa mientras que todo lo demás aparece
desenfocado.
Se
trata de obligar al espectador a mirar fijamente para que acabe sintiendo lo
que Hitchcock quiere que sienta. Se trata de mantener al público exaltado, de
provocar en él el deseo porque “mi cámara tenía deseos, buscaba cosas en las
imágenes”. En Recuerda filma el deseo
de la protagonista como una serie de puertas que se abren, como una liberación.
A pesar de trabajar con algunos de los grandes guionistas y escritores como Ben
Hetch, Thorton Wilder, Raymond Chandler, Dorothy Parker o Patricia Highsmith, el maestro inglés no da demasiada importancia
a los diálogos, forjado en el cine mudo, para él lo que importan son las
imágenes por eso acostumbra hacer suyos los guiones aunque estén escritos por
otros. Llegó a decir que el guión de Alarma
en el expreso era prácticamente todo suyo cuando en realidad le habían
pasado el proyecto prácticamente ya terminado. Con frecuencia tendremos que
escapar de lo esperado, de lo considerado como correcto, porque para Hitchcock
la lógica resulta algo aburrida y su regla de oro es que un film no puede nunca
aburrir al espectador.
Ya desde
sus primeras cintas en color intenta controlarlo todo y aunque las películas de
Hitchcock son el resultado de un proceso y no algo acabado de antemano antes de
comenzar a rodar ya tenía toda la película diseñada en su cabeza. Sus imágenes
a veces tienden a ciertas formas abstractas. Gran conocedor del arte moderno pues
poseía una buena colección de cuadros de los maestros contemporáneos y le
interesaba muy especialmente Cézanne, se considera un artista que intenta
escapar de lo que siempre se espera de él. El tamaño de la imagen es esencial,
“trabajamos con el espacio porque el espacio tiene siempre una función
dramática”. Al final no reconocía la labor de nadie salvo la suya, no valoraba
la labor de los guionistas, no le interesaban apenas los diálogos reduciéndolos
al máximo en beneficio de la pura acción dramática, a pesar de que los
necesitaba pues le costaba mucho dar continuidad a los argumentos. A partir de Recuerda su nombre aparece delante del
mismo título de la película. Su sentido de la autopromoción era enorme de ahí
su aparición fugaz en todas sus películas. Es una marca, como “el artista que
firma sus lienzos”. En esa búsqueda del poder total sobre sus películas
considera a los actores como algo totalmente suyo, moviéndolos como piezas en
un tablero de ajedrez, controlándolo todo. Llegó a decir que los actores eran
como ganado y no se mordía la lengua cuando algo no le gustaba. “Los actores
aparecen y desaparecen pero el nombre del director debe permanecer siempre”, afirmaba.
“El hecho de decir a los actores que
hagan esto o lo otro tiene que ver con un acto de humillación”. Le encantaba
tomar el pelo a la gente y se ponía contento cuando veía a alguien pasándolo
mal. En el rodaje de Agente secreto
hizo que clavaran la puerta por la que tenía que salir la actriz principal para
burlarse de ella. A veces se refería a algún actor como “ese idiota”. Muchos de
los que le conocieron contaban que tenía un lado perverso pero él consideraba
eso como algo divertido. Creía que los actores lo tenían todo fácil y había que
maltratarlos un poco. Con los hombres no acostumbraba a pasarse mucho pero con
las actrices era peor. “Nada me gusta más que desnudarlas de su refinamiento y
su feminidad”. En ocasiones antes de emplear la palabra “acción” les contaba
algún chiste subido de tono o les hacía algún comentario soez para
impresionarlas. Ann Todd dijo que era “travieso como un niño pequeño que no
hubiera crecido”.
El
sentido del humor está bien patente en la mayoría de sus films. Con ello pretendía
que no restara tensión a la trama ya que su objetivo era “deleitar al público
con elementos inusuales para escapar de la gravedad de los argumentos”. Quizás
su sarcasmo era consecuencia de un rechazo hacia el rígido sistema inglés de
clases en el que se había educado. No obstante si se sabe ver en profundidad
detrás de muchos de sus films late la soledad del hombre moderno.
Tenía una obsesión especial por las actrices
rubias y si no eran rubias las mandaba teñir como pasó con Ingrid Bergman, Anne
Baxter o Alida Valli. Con algunas llegó al enamoramiento, especialmente con Ingrid
Bergman y con Grace Kelly con las que rodó tres películas con cada una. Ya le
había ocurrido antes con Madeleine Caroll y le ocurrió después con Kim Novak, que
no quisieron volver a trabajar con él. Tenía una especie de atracción/repulsión
por aquellas mujeres fascinantes. Se consideraba una especie de Pigmalion
implicándose totalmente con sus actrices
y acabando por elegir todo su vestuario, los zapatos y hasta el color de los
trajes. Con Tippi Hedren no solo se obsesionó con su forma de vestir también
con su forma de andar y de moverse, con lo que comía o bebía. No dejaba que
fuera nadie con ella en el coche de producción y llegó a negar que la hija de la
actriz fuese a visitarla al estudio. La Hedren llegó a sentirse totalmente
atrapada pues Hitchcock le había obligado a firmar un contrato con unas
condiciones leoninas. Quizás la definición de cómo se sentía la actriz sea la frase
de Marnie la ladrona, “solo soy una
especie de animal que has capturado” a lo que responde Sean Connery, que podría
ser el alter ego del director, “esta vez he cazado algo verdaderamente salvaje
y te voy a conservar”.
En sus
películas se muestran toda clase de fantasías eróticas. Algunos objetos se
convierten en fetiches obteniendo una significación especial, los tacones altos
y rojos, los peinados en espiral, el vestuario ajustado y clásico…Quizás no
fuera más que una vía de escape de sus represiones. Con frecuencia un intento
de asesinato parece el reflejo de una violación como en Psicosis o Crimen perfecto. Los distintos tipos de conducta sexual
le intrigaban con una atracción especial hacia el sexo retorcido. Parece ser
que el director llegó a decir que era sexualmente impotente que solo una vez
había realizado totalmente el acto sexual con Alma su esposa y así nació su
única hija. Lo cierto es que en su obra aparece latente el conflicto entre
represión y refinamiento, entre arte y realidad. Puede que lo único que
pretendía el maestro de las imágenes era dar forma a las heroínas de su
imaginación. Pero detrás de todo ello late
un aliento profundamente romántico cuya cima podríamos encontrar en Vértigo, que según sus palabras hizo para “mostrar la
naturaleza ensoñadora de un hombre”. Y
en gran parte de su obra podemos rastrear esa visión distorsionada y fascinante
del amor romántico, un amor que puede ir incluso más allá de la muerte, un
camino hacia la fascinación y el deseo.
Vertigo (La donna che visse due volte)
MIGUEL LOSADA
Natural de Vigo. Estudios: UNAM de México, Sorbona de París, doctorado en Filología Hispánica por la Complutense de Madrid . Impulsor de la Academia de los Melancólicos. Sucedió al poeta Celso Emilio Ferreiro al frene de la Cátedra de Estudios Gállegos del Ateneo de Madrid, donde ha sido director de su Biblioteca. Coordina el ciclo Los Viernes de la Cacharrería, espacio por el que han pasado más de trescientos poetas de todo el mundo, recopilando su voz y sus poemas en los libros «La Voz y la Escritura, volúmenes I y II. Su obra poética se encuentra publicada en Los campos de la noche - 1998, El bosque azul - 2005, y Última Forma - 2010, así como en las antologías: Poesía Ultimísima, Aldea Global, Milenio, Doce más uno, Palabras para la Paz, Bajo los puentes del Drina, Blanco Nuclear, Trovadores de silencios, Las mejores historias de amor, etc. Presidente de la Sección de Cine del Ateneo de Madrid y miembro de la Junta Directiva del Círculo de Escritores Cinematográficos. Ha impartido diversos cursos sobre guión y los lenguajes del cine. Ejerce la crítica cinematográfica en prensa, radio y televisión, interviniendo en los programas «Noche de cine» y «Vivir de cine», entre otros. Libros de Cine: Cien películas para amar el cine, D. Quijote en el Cine, Gabriel García Márquez y el cine, Cine y Poesía, las biografías de Marisol, Sara Montiel y Carmen Sevilla, El Hollywood español, El Cid –50 aniversario–, Los Cuadernos Inéditos de Berlanga, Clint, dispara, la trilogía del dólar, Vivir el cine, etc. Dirige La Revista Áurea de poesía y la colección Lumière de libros de cine. Algunos de sus poemas aparecieron en disco interpretados por El Zurdo. En teatro ha intervenido en obras de Lorca, Valle-Inclán, Jardiel Poncela, Strindberg... Y en las películas, Este que veis aquí de José Luis García Sánchez y Was de Víctor Matellano, junto a Geraldine Chaplin.
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